lunes, 16 de marzo de 2009

La tragedia

Relajé mi mente liberándola a la estricta mecánica del manejo. La monotonía duró solo unos kilómetros cuando se quebró abruptamente. Las luces azules y rojas intermitentes se percibían tras la curva. A medida que la escena se hacía más cercana, se comprendía la tragedia. Reduje la velocidad al mínimo, el accidente era cruento, el pequeño vehículo desforme e irreconocible estaba destruido al costado de la ruta. Mientras intentaban retirar de los hierros retorcidos una persona ensangrentada, otra se tomaba la cabeza en llanto desesperado y responsable. Quise detener la marcha pero algo me lo impidió, en segundos no podía moverme, los músculos se tensaron, la vista se me nublaba y crecía una intensa luz fría y blanca que me impedía la visión. Intente cubrirme los ojos con las manos en acto reflejo pero supe en ese momento que tenía restringidos los movimientos, ya no podía ver. El terror comenzaba a sumir todas mis acciones, mi mente luchaba por auxilio. Sentí como si alguien me tomara por debajo de las axilas jalándome suavemente hacia arriba, sentí levitar, alguien me llevaba a algún lado. Serré los ojos y aún así la luz deslumbraba con tonalidad rojiza a través del párpado. Mis sentidos se agudizaban, el oído, el tacto, fundamentales para completar la información necesaria para comprender; únicos recursos que extrañamente poseía conferidos. Luego de unos minutos comencé a ceder a lo extraño y lentamente mi lucha condescendió; tanto como un pez al ser robado del río. La película de mi vida ante el recuerdo se tornaba en una mala comedia filmada solo en una sola secuencia. Mis años de adolescencia, mi eterna falta de ambición, mi tozudez de juventud que encostró mi mente, la resistencia al apego de los sentimientos y la eterna soledad que como auto flagelo propuse tras mis actos adultos. Cansado, pensé en la triste mística que provoca la cercanía de la muerte. Mi ferviente ateismo y desconfianza en la fe eran un muro difícil de derribar, aunque los coloquios lejanos se escuchaban firmemente no deje que me influyeran demasiado, pedían que me dejara llevar, que no resistiera, que nada malo iba a ocurrir, entonces, deje que aconteciera lo que fuese que me estuviera destinado en la más profunda de las inopias. Simplemente me desvanecí en la búsqueda de la comprensión o del fin, sin saber ni entender lo que ocurría.
Desde allí el viaje fue insípido pero no indoloro. Imágenes como fotografías, luces, seres aparatos que violaban y examinaban mi intimidad. Dolor mucho dolor. La sensación de frió en mi cuerpo desnudo sobre una cama o camilla metálica. Mis sentidos confundían todo mezclado lo aparentemente real y lo aparentemente ficticio, en una insufrible experiencia reveladora. El horror, quizás similar a la profundidad del nacimiento llevo mi ser a la paz del silencio y a la nada del sueño inconsciente, piadoso y fundamental; para sobrevivir o finalmente fallecer.